Me gustaría estar hablando de la excelente y prometedora (de cara a la Copa América) performance de Arturo Vidal en la semi final de la Champions League y de las maravillosas intervenciones de Lio Messi en los tres goles del Barcelona frente al Bayern Munich, sin embargo hay cosas que no pueden ser pasadas por alto. Sobre todo cuando una institución tan importante como Cobreloa -uno de los cuatro grandes- ya anunció el recorte del 50% de su personal, en una de las varias medidas a consecuencia del descenso de división. Podría también concentrarme en el comportamiento (de siempre) vehemente de Marco Antonio Figueroa o en las declaraciones antisemitas del dirigente loíno, Sebastián Vivaldi, por lo que ambos se arriesgan a duras sanciones por parte de la ANFP, pero eso sería un análisis trivial, a sabiendas de que estos personajes le queda grande la palabra análisis. Sus actos no lo resisten. Lo que si merece un página por lo menos, es la reacción de la prensa a raíz de lo suscitado por estas personas.
De la semana pasada (cuando explotó el escándalo) hasta hoy, no he escuchado a nadie -periodista, panelista u opinologo- dar un juicio categórico en relación al “fantasma” y a los dirigentes de Cobreloa. En el programa Fox Sports Radio, por ejemplo, el periodista deportivo Pablo Flores, hincha reconocido de Cobreloa, quitaba responsabilidad a los actuales dirigentes del club y no emitía palabra respecto a su DT. En la misma mesa, el ex dt Juvenal Olmos, decía que deberían darle continuidad a M.A Figueroa a lo que Marcelo Barticciotto le replicaba acertadamente “un líder no solo es quien maneja algunos fundamentos tácticos, sino que es un tipo integro fuera y dentro de la cancha”.
En un zapping por el resto de los canales y las emisoras radiales no pude encontrar un párrafo consistente y que hiciera honor a la labor de periodista. En estaciones, canales y revistas coincidían en que el descenso de los nortinos se debió a un tema deportivo y que si bien el fracaso en la gestión dirigencia fue tal, este se viene arrastrando hace años. Cuestión que también es cierta (no suficiente) y que hace todavía más grave el trabajo periodístico en general. ¿Por qué no le dedicaron espacio antes a esa delicada situación que arrastraba hace años Cobreloa? Y ya que no lo hicieron ¿Por qué no son concluyentes ahora?. Pareciera que le debieran favores a los dirigentes o que le tuvieran miedo a Figueroa. Cada vez que este despotrica, los periodistas -entre risas- atributen su proceder a que es un extravagante o un “loquillo”. Algunos hasta han llegado a decir que las actitudes negativas del ex delantero son necesarias para el futbol.
¿Acaso no es suficiente para ser más tajante que un dt obligue a sus jugadores a no saludar a su rival, que insulte a diestra y siniestra cuando se le de la gana, que haga comentarios que denigran a la mujer, y que en el fondo tenga una conducta altamente agresiva que termina por incitar a la violencia? Al “fantasma” hay algo que le resulta a la perfección: infundir terror. Con su prepotencia ha conseguido que los medios de comunicación sean benevolentes con él y ante sus faltas, desarrollen un discurso tibio.
Hay males que hay que erradicar con decisión y medidas concretas, así como no dejaron entrar a ningún hooligan más a los estadios o como un padre da una lección ejemplificadora a su hijo pataletero. Ojala el tribunal disciplinario de la ANFP haga valer esos 50 partidos de suspensión que arriesga el DT de Cobreloa y aplique el máximo rigor con Vivaldi, y por otro lado, el Gobierno interponga una demanda por incitación a la violencia en contra de estas personas, enmarcándose en la ley de violencia en los estadios. Por educación, sueldo, protagonismo, etc, los personajes públicos (técnicos, dirigentes, jugadores) tienen mucha mayor responsabilidad social para con la idea de mantener la paz en el futbol, que un encapuchado colgado de una reja. Misma responsabilidad que cae sobre los comunicadores sociales o mejor dicho comunicadores fantasmas. A veces hay que sacrificar pitutos, canjes y hasta ganarse un combo por sacar a la luz “verdades inconvenientes”.
